"La naturaleza y la poesía contienen el sentido donde convergen; se reúnen el poeta y el niño"
Me encantaba pasearlo de casa a la escuela, y de la escuela a casa, con la esperanza de que mi profesora de Primaria me propusiera leerlo. Al fin y al cabo, llevábamos un par de días haciendo actividades sobre poemas.
Y mientras mis compañeros aprendían qué era un poema, el lagarto estaba llorando; la paloma se equivocaba; y el chamariz estaba en el chopo, y el chopo en el cielo azul. Y el libro, con los amigos, las primeras salidas y las novelas de amor, desapareció.
Uno, dos, tres, cuatro...Y hasta siete años después, el lagarto se alegraba de volver a verme; la paloma emprendió el camino correcto; y el chamariz del chopo estaban de alguna forma en el fondo violeta de unas páginas de un libro de Lengua Castellana y Literatura.
Lo que quiero decir con esto es que nunca el tiempo es perdido como dice esa canción de Manolo García. ¿Y quién no le pondría un acompañamiento de violines a los diez cañones por banda, viento en popa a toda vela? ¿Y quién no es capaz de tararear "abre la muralla; al veneno y al puñal cierra la muralla"?
¿Es que acaso estamos reduciéndolo todo a la literatura? Tan sólo digo que una canción es entonar poesía, una nana es recitar un poema y el canto en una rifa o saltando a la comba es una rima divirtiéndose. Todo ello concede una dimensión memorística para introducir a cualquier niño conceptos como el ritmo o la musicalidad, así como familiarizarlo con la dimensión artística del lenguaje.
Permite comenzar en la infancia el rodaje hasta tener cierta capacidad crítica frente a un par de versos y, permite también el proceso contrario; cualquier adulto sensible ante estos deleites puede rejuvenecer momentáneamente con la cosmética robusta de un poemario.
Así, de pequeños jugábamos a cocinar carne de plástico; comprar un kilo de tomates de goma; o cambiar los pañales de nuestro bebé atemporal. Ahora todo lo que fue un juego lo vivimos en la realidad, y todo lo que aprendimos mientras nos divertíamos ahora nos facilita ciertos aspectos del día a día y del día de mañana.
Y si de pequeños solíamos hojear poemas, recitar poesía e inventar rimas. Todo eso sirvió para, un par de años después, disfrutar.
A día de hoy, he recuperado Mi primer libro de poemas. Sin saberlo, disfrutaba leyendo. Sabiéndolo, disfruto compartiéndolo. Y aún recuerdo con apego aquel poema del señor que para mí, siempre quiso tener dos nombres y cambió la "o" por la "i" para no abusar.
Para vosotros, para aquellos que no tuvieron la oportunidad de niños. Quizás fue la poesía, que esperó el momento oportuno,
Me aburro.
Me aburro.
Me aburro.
¡Cómo en Roma me aburro!
Más que nunca me aburro.
Estoy muy aburrido.
¡Qué aburrido estoy!
Quiero decir de todas las maneras
lo aburrido que estoy.
Todos ven en mi cara mi gran aburrimiento.
Innegable, señor.
Es indisimulable.
¿Está usted aburrido?
Me parece que está usted aburrido.
Dígame, ¿adónde va tan aburrido?
¿Que usted va a las iglesias con ese aburrimiento?
No es posible, señor; que vaya a las iglesias
con ese aburrimiento.
¿Que a los museos -dice- siendo tan aburrido?
¿Quién no siente en mi andar lo aburrido que estoy?
¡Qué aire de aburrimiento!
A la legua se ve su gran aburrimiento.
Mi gran aburrimiento.
Lo aburrido que estoy.
Y sin embargo... ¡Oooh!
He pisado una caca...
Acabo de pisar -¡Santo Dios!- una caca...
Dicen que trae suerte el pisar una caca...
Que trae mucha suerte el pisar una caca...
¿Suerte, señores, suerte?
¿La suerte... la... la suerte?
Estoy pegado al suelo.
No puedo caminar.
Ahora sí que ya nunca volveré a caminar.
Me aburro, ay, me aburro.
Más que nunca me aburro.
Muero de aburrimiento.
No hablo más...
Me morí.
Marta Rivera Castillo
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