Según consta en el último informe anual de la fundación ANAR, ha aumentado considerablemente el número de casos de menores que son secuestrados por uno de sus progenitores, deciden fugarse del domicilio familiar o son echados de casa, mostrando unos porcentajes que se consideran alarmantes, ya que, de las llamadas que se realizan al teléfono ANAR, un 50,2% corresponden a fugas, un 18,8% a menores que son echados de casa y un 19,6% a secuestros monoparentales.
Leticia Mata, directora del teléfono ANAR, ha designado de "mayor complejidad y gravedad" la situación del año 2013 con respecto al anterior; un hecho que debe activar la alarma, pues parece ser que esto va a peor.
Ante tales cifras la duda que me surge es porqué encontrándonos en una sociedad que se supone avanzada, donde los medios para evitar tener hijos están al alcance de todos, donde existe un servicio de sanidad que orienta y cubre la planificación familiar, todavía se traen hijos al mundo a los que no se está dispuesto a proteger, echándolos de casa, obligándolos a vivir lejos de uno de sus progenitores y forzándolo indirectamente, en ocasiones, a fugarse del domicilio familiar por no estar rodeado de aquello que cualquier persona en pleno desarrollo necesita para formarse.
El correspondiente 50,2% de fugas, realizado mayoritariamente por menores de entre 14 y 17 años, resalta una verdad que muchos no ven. Se suele acusar al menor de rebelde, de no hacer caso, de tener las hormonas revolucionadas a esa edad y volverse más contestón e impulsivo... Claro, eso es lo que se ve desde fuera. Sin embargo, nadie ha visto como ese "rebelde" ha tenido que cuidar de sus hermanos/as cuando su padre o madre ha preferido ver la televisión antes que ocuparse de ellos, como ese "contestón e impulsivo" ha callado para que ni él ni ninguno de sus hermanos/as sufrieran la rabia de su progenitor o como ese "revolucionado" ha dejado sus hormonas en plena ebullición a un lado para centrarse y aguantar todo ello con el único consuelo de poder estar al lado de sus queridos hermanos/as.
Especialmente alarmante me ha resultado también el porcentaje de padres y madres que alejan a los hijos del progenitor “contrario”, sí, digo bien, contrario, porque en eso se convierten algunos cuando sitúan a los hijos en medio de conflictos familiares, en contrarios que luchan cada uno por ganar su propia batalla, una guerra en la que seguro los hijos no quieren participar y acaban siendo los perdedores, en la que estos se sienten perdidos y de la que algún día se harán múltiples preguntas, algunas de las cuales quedarán sin respuesta válida, puesto que sólo conocerán la versión de uno de los frentes.
Sólo me puedo preguntar por qué, ¿por qué si existe peligro de que un padre o madre maltrate física o psicológicamente a un hijo no se interviene para, en primer lugar que el hijo/os no sufra? ¿por qué se aleja a un hijo de su padre o madre sin existir nada más allá de un conflicto familiar que los mayores no son capaces de solucionar?
Pablo Rodríguez Toledano
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