Jesús Rodríguez González.
Barack Obama, presidente de los Estados Unidos de América,
ha inaugurado este jueves el museo del 11-S, museo conmemorativo de las
víctimas y de los innumerables afectados por el nefasto atentado acontecido en
este día, hace ya 13 años. Para su inauguración, Obama ha expuesto un discurso,
muy en tono ‘americano’, de reconocimiento a las víctimas, valientes y voluntarios
que perdieron la vida por ayudar a otros, en el episodio más negro de la
historia reciente de los EEUU. Aquellos héroes que quedaron en el camino, aquellos
a los que su heroicidad les costó la vida.
Sin embargo, la apertura de este museo al público ha
recibido muchas críticas por parte de la ciudadanía. Y, realmente, en parte, es
más que lógico. Es decir, al fin y al cabo es recrearse en la tragedia, en el
dolor. Recrearse, en definitiva, en la muerte. Una muerte augurada por una
política exterior cruel, antihumana. Una muerte buscada a pulso, pero hecha
realidad en estos héroes. Sí, héroes a pie de calle. Héroes que se mancharon
las manos, y no solo las manos, de sangre para evitar el sufrimiento de,
quizás, alguien que ni siquiera era conocido. Ejemplos de humanidad.
Pero por otra parte, con este museo, se vuelve a abrir la
llaga, quizás apunto de cicatrizar, del sufrimiento de todos aquellos que se
vieron inmersos en una nube de humo negro. Un humo negro, que traspasó más allá
de las dos torres. Una nube de humo que dejó perplejo al mundo entero. Un mundo
agazapado, en ‘shock’, expectante. Y sí, aunque es cierto que se acaba
rememorando la tragedia, ¿no es mejor que caer en el olvido? De una forma u
otra, tendrán un lugar para su memoria, un lugar para que aquellos niños que
perdieran a sus padres puedan sentirse orgullosos, a la vez que indignados. Un
lugar para héroes.
Lo único, quizás deplorable de todo esto, es que quizás no
se haya hecho con el fin conmemorativo expuesto. Posiblemente, no sea más que
una escusa más para hacer dinero. ¡Todas las entradas vendidas para el día de
su inauguración! (24$ cada entrada) Su sentimiento de empatía no va más allá
del dinero. Hacer de un cementerio, de la muerte, una mina de oro. Es injusto.
Un frío moribundo correrá por los pasillos del museo, el terror, el miedo… el
dinero.
Aún así, sea de una u otra manera, lucrativa o no, termina
por colocar a aquellas víctimas, aquellas que sin merecerlo vieron la muerte de
frente, aquellas que pensarían:” ¿y por qué a mí?”, en un lugar privilegiado de
entre los muertos. ¿Muertos por la patria? No. Muertos por la injusticia, por
la mediocridad americana. Su recuerdo perdurará, un recuerdo que va más allá de
la vida, y más allá de la muerte.
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